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Urge recuperar nuestro tiempo

    ARREBATAR tiempo de ocio y de placer a la gente debería restar puntos a los líderes políticos. Debería arbitrarse un tiempo para la desconexión e incluso para la felicidad, permítanme mi inocencia. Al parecer ya no pueden llamarnos a todas horas (por ejemplo, empresas que buscan convencernos de algo), y hay dudas sobre si los correos electrónicos deberían contestarse en tiempo de asueto. La conexión permanente parece una forma de esclavitud contemporánea. Y aunque muchas veces seamos nosotros los que no apagamos los dispositivos, o los que no los ignoramos, lo cierto es que es esta atmósfera vertiginosa la que influye en nuestros actos, la que nos lleva a la atención perpetua.

    En fin, no me extraña que se hayan disparado las consultas por ansiedad, o por problemas mentales. No todo es efecto de la pandemia que hemos sufrido, aunque sin duda sea un motivo importante, sino que tiene que ver con esa extraña necesidad de mantenernos en tensión ante lo que nos rodea, porque, a pesar de los muchos progresos, vivimos instalados en la urgencia, en el vértigo, en el miedo, y demandamos una seguridad absoluta y total, que, por ejemplo, ha disparado la industria de las alarmas.

    Lo que sucede es que, arrastrados por ese oleaje, nuestras vidas han empeorado. Tenemos que dedicarle mucho tiempo al estado del mundo, sobre todo porque somos avisados continuamente sobre esto y aquello, no sólo por el goteo de las notificaciones (de acuerdo, pueden deshabilitarse, ¡esa palabra!), sino porque la actualidad se mueve con un efecto de arrastre, y unos titulares tiran de otros, aparecen rótulos en todas partes, todo está sembrado de pantallas (y más que estará), llegan mensajes de todo pelaje, y, por si fuera poco, sientes la necesidad de estar en la pomada, pero no en la pomada del barrio, sino en la nacional, en la Europea y en la mundial.

    En fin, la información es poder, desde luego. Pero qué sucede cuando descubrimos que estamos saturados, cuando apenas podemos encontrar un momento para respirar en medio de tantos fragmentos de apocalipsis. Más aún cuando el ciudadano acaba sintiéndose culpable, o se le invita a ello. Ya saben que el miedo y el sentimiento de culpa han hecho su trabajo de control desde hace milenios. La acumulación de graves preocupaciones, que exigen una atención máxima, que repiquetean en todas las pantallas que tenemos encendidas, nos aparta inexorablemente de la tranquilidad necesaria para vivir. Puede parecer un planteamiento egoísta. Pero, ¿quién se atreve a decir que un ciudadano ha de acostumbrarse a la alerta permanente, que debe resistir el caudal de negatividad y amenaza que a menudo se desboca, que así es la vida contemporánea y que ese es el precio que tenemos que pagar por estar conectados a todas horas al mundo?

    El ocio, más allá de lo que conocemos de las civilizaciones antiguas, se formalizó hace siglos en Europa como una respuesta al mercado de trabajo, y se extendió a toda la sociedad (había sido a menudo privilegio de reyes y aristócratas, salvo los espectáculos callejeros). Se construyeron parques, jardines, se crearon exposiciones, eventos de acrobacia, magia y circo, y por supuesto el teatro. Hoy, extrañamente, el placer y el ocio que nos ofrece el progreso está altamente limitado por esta sensación de perpetua insatisfacción, por esta falta de tiempo para nosotros mismos. Por el exceso de atención que demandan de nosotros. Necesitamos recuperar nuestro espacio y nuestro tiempo: es urgente.

    22 ene 2023 / 01:00
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