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Tres de los Últimos deFilipinas eran de Guitiriz,Culleredo y O Carballiño

El campesino de OCarballiño, SánchezCaínzos desempeñóla tarea de sanitariodurante el sitio de Bale

Casi 120 años después de uno de los capítulos más honrados de la historia bélica de España recordado como el asedio de los Héroes de Baler, o los Últimos de Filipinas, ha sido la serie televisiva El Ministerio del Tiempo la que ha desempolvado aquel episodio. Fue también una película que llevó el nombre de Los últimos de Filipinas, dirigida por Antonio Román en 1945, la que puso nombre a aquella gesta histórica, muchas veces minusvalorada, de un grupo de medio centenar de soldados españoles que, durante más de 300 días y en el pequeño pueblo de Baler, resistió, con 33 supervivientes –tres de ellos nacidos en Galicia–, el asedio de las tropas filipinas. Era el ocaso de la contienda militar de ultramar a finales del XIX que escribió el epílogo a la dominación española en el archipiélago asiático.El declive de la España del otro lado del océa no había comenzado en 1896, hace ahora 120 - años, cuando de forma urgente el gobierno de Madrid se ve obligado a enviar tropas a Filipinas para afrontar las crecientes revueltas por parte de los nativos o tagalos.

Los enfrentamientos, protagonizados fundamentalmente por las sociedades secretas independentistas que luchaban contra España, también llamadas Katipunan, se sucedían. Al protagonismo de España y Filipinas acabó uniéndose Estados Unidos, que a la postre se haría con aquellos territorios.
El cambio de siglo y las importantes derrotas sufridas en campaña trajeron consigo además la pérdida de los últimos territorios transoceánicos desde su conquista en el siglo XV con la independencia también de Cuba y Puerto Rico.

En 1897, se procedería a la firma del pacto de Biak-NaBato y la correspondiente entrega de las armas por parte de los tagalos, lo que aliviaba la situación de los españoles y traía consigo la reducción del número de efectivos militares en el archipiélago asiático.
Sería entonces cuando el líder filipino Emilio Aguinaldo volvería a encabezar una revuelta contra los españoles que habría de ser definitiva para el destino final de la colonia. La pérdida de la soberanía de España en aquellos territorios está íntimamente relacionada con el sitio de un grupo de soldados españoles que ha pasado a la historia como los Últimos de Filipinas, un episodio que en la academia de West Point sigue sirviendo como ejemplo. Medio centenar de hombres que resistieron durante 337 días (entre el 30 de junio de 1898 al 2 de junio de 1899) el asedio de los filipinos en la pequeña localidad de Baler, en la provincia de Luzón.

Los soldados españoles con el paso de la contienda tuvieron que adaptarse a las duras características de aquellos territorios. Una noche descubrieron que la totalidad de la población de Baler había huido del pueblo, lo que llevó a la tropa espa- ñola a asentarse en el único sitio de construcción fuerte y capaz de resistir el asedio enemigo, la pequeña iglesia de San Luis de Tolosa, dentro del poblado.
El edificio fue protegido por un cinturón de trincheras con la resistencia de poco más de medio centenar de soldados españoles, que lucharon estoicamente ante los ataques enemigos. A esta precaria situación hubo que añadir las enfermedades, en especial la fiebre del beri beri, o las inclemencias meteorológicas. Con provisiones para cuatro meses, período de tiempo en el que deberían ser relevados, aquel destacamento de 57 hombres estaba formado por: 1 capitán, 2 tenientes, 4 cabos, 1 corneta, 45 soldados, 1 teniente médico y 3 sanitarios, que sobrevivían en un ambiente prácticamente irrespirable. Todos los sitiados, de extracción humilde y procedentes en su inmensa mayoría del rural, eran jornaleros, labradores, herreros o sastres que en ningún caso habrían podido conseguir el dinero (2.000 pesetas) que, en aquel entonces y en virtud de la ley, les habría librado del servicio militar y, en consecuencia, de la guerra.

Pero sí es cierto que el hecho de que entre esos hombres hubiera gente con oficios sería fundamental para la situación que les tocó vivir y gracias a ellos se construiría un pozo de agua potable, letrinas o un horno que sirvió para la resistencia ante los ataques enemigos y la prolongada permanencia en el sitio de Baler.


Pese a ello, los insurgentes no conseguían doblegar a las tropas asediadas hasta el punto de que los españoles en esporá- dicas salidas de la iglesia hacían retroceder a los filipinos y en una de estas incursiones, protagonizada por los 14 soldados que se encontraban en mejor estado físico, los sitiados quemaron el poblado, provocaron la retirada de sus enemigos y se abastecieron de víveres. Esta sería la última vez que los soldados saldrían al exterior permaneciendo encerrados hasta el final del sitio.

INCOMUNiCACiÓN. En cualquier caso, su total desconexión con el exterior sería la que les llevaría a resistir hasta el final aunque la guerra ya había terminado. Bajo el mando del teniente Saturnino Martín Cerezo, un hombre imbuido por profundas convicciones militares, y que más tarde sería homenajeado con la Cruz Laureada de San Fernando, nunca obedecieron a los parlamentarios y mensajeros que llegaron al lugar comunicando el fin de la contienda.

Cerezo pensó en todo momento que se trataba de desertores o emisarios de las tropas filipinas y fue, de hecho, una breve crónica de un periódico en la que se dio la noticia del fin de la guerra lo que finalmente convenció a los soldados para abandonar su puesto. La tropa decide entregarse bajo el compromiso de que no lo harán en calidad de prisioneros, que las vidas de los soldados habrían de ser respetadas, y que a todos ellos les fuesen concedidos los visados necesarios para regresar a sus casas, tal y como lo detallaba el acta publicada el día 3 de julio de 1899, firmada por el presidente de la República de Filipinas, Emilio Aguinaldo, y el secretario de Guerra Ambrosio Flores.

Durante el sitio murieronquince personas a consecuencia de beri beri o disentería, dos por heridas de combate, seis desertaron y otros dos fueron fusilados por orden de Martín Cerezo tras ser declarados culpables por delito de deserción. Sus restos fueron enterrados en el interior de la iglesia aunque en noviembre de 1903 fueron exhumados y traídos a España. EL

RETORNO La expedición de regreso partía de Manila el 29 de julio de 1899 en el vapor Alicante y a su llegada a España fueron agasajados con honores como “el único ejemplo de nuestras antepasadas glorias”. Entre los 33 hombres que salieron desfilando del sitio de Baler se encontraban tres gallegos. El primero de ellos, Vicente Pedrosa Carballeda, natural de O Carballiño, soldado raso y de oficio jornalero. Existen dudas para la identificación de este soldado, ya que según algunas fuentes, su nacimiento se data en Mallorca, lo que se ha desechado. También se baraja que su nombre es Vicente Pedrouzo Fernández, nacido en el lugar de Mudelos, también en el municipio ourensano y de hecho es así como está citado en la fotografía oficial tomada a los supervivientes del asedio.



Por su parte, también regresó con vida Bernardino Sánchez Caínzos. Aunque en determinadas referencias hemerográficas se hace alusión a su origen palentino, se ha demostrado que este soldado, de profesión agricultor, era natural de Guitiriz. Está confirmado además que pasó a ser uno de los sanitarios encargados de asistir a la tropa a lo largo del prolongado encierro. En la referencia bibliográfica proporcionada por un número de la Revista Militar editado en 1931, la relación nominal de los supervivientes detalla que Sánchez Caínzos fue el único que sobrevivió junto al médico del destacamento Rogelio Vigil de Quiñones, ya que los otros dos hombres del grupo de asistencia desertaron previamente.

Esto lleva a pensar en la enorme importancia de su labor durante una estancia tan prolongada en la que hubieron de luchar diariamente contra la proliferación de epidemias, fiebres, heridas por armas de fuego y alimentación deficiente. Más allá de las referencias en la prensa de la época, el reconocimiento de la historia ha pasado de largo por las vidas de estos valerosos soldados, a excepción del recuerdo que le ha rendido la memoria histórica en sus localidades natales y que todavía perdura.

Diferente es el caso del tercer superviviente del contingente de soldados. Él fue José Martínez Souto (en más de una ocasión citado como Martínez Santos), un labrador natural de Almeiras, en el municipio de Culleredo. Ha sido él al que la historia ha tratado con más justicia en muy buena parte gracias a la obra El último de Filipinas en Almeira (Círculo Rojo, 2013), del escritor gallego Juan José Rocha Carro, que estudia la trayectoria de Martí- nez Souto en su periplo por las tierras de Filipinas. De hecho, al igual que muchos de aquellos que coincidieron con él en las selvas filipinas, Martínez Souto fue llamado a filas en 1896 a consecuencia de las sublevaciones de los insurgentes. Rocha Carro explica que el labrador gallego emprendió un viaje por barco de 30 días de duración, durante los cuales realizó el proceso de instrucción y familiarización con las armas. Martínez Souto pronto destacó como uno de los mejores tiradores de su destacamento. Participó en primera línea de combate durante la gran operación militar de Cavite, y fue además uno de los protagonistas de acciones de guerrilla llevadas a cabo en localidades del centro de la isla. Ya en Baler, consiguió sobrevivir al asedio y también a más de un ataque de los insurrectos como el sufrido meses después en su camino de retirada a Manila. A pesar de las penurias soportadas durante tres años en el frente, desde septiembre de 1896 hasta 1899, un período en el que nadie tuvo noticias de este soldado al que se le daba por muerto, Martínez Souto regresó a Galicia sin lesiones físicas. Hasta su muerte, el 26 de marzo de 1944, retomó su vida en el campo y formó una familia en tiempos muy duros. Se casó con Dolores Rodríguez, tuvo cuatro hijos: José, Emilio, Concepción y Josefa. Una calle le recuerda en su localidad natal. José Martínez guardó celosamente algunas condecoraciones que le fueron entregadas como Héroe de Baler y que, por deseo de su familia, ahora mismo permanecen expuestas en el Museo Histórico Militar de A Coruña, así como unos uniformes de rayadillo y una maqueta de la iglesia. Rocha Carro apunta además que en 1998, uno de sus hijos, Emilio Martínez, recibió un diploma acreditativo y de reconocimiento en la conmemoración del centenario del asedio. En él consta que su padre, uno más de aquella generación sufridora, fue galardonado por su “sacrificio, honor y defensa de la bandera de España en Baler".

23 abr 2016 / 23:18
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