¿Sabías que… durante siglos el principal cementerio de la ciudad ocupaba la mayor parte de la Quintana, en concreto el espacio que todavía hoy se denomina Quintana de Mortos? Señalizado por unas cuantas cruces, en él dominaban las fosas comunes y sin lápidas, que, una vez llenas, era necesario ir vaciando, retirando los restos más antiguos y trasladándolos a un osario común. Y como siempre quedaban restos, un equipo de limpieza especializado, formado por cerdos, se encargaba de limpiar. El hedor era, sobre todo con tiempo seco, insoportable y el espectáculo, cuando se veía a los gusanos escalar las escalinatas en dirección a la Quintana de Vivos o dirigirse hacia Praterías, dantesco. Y a ello habría que sumar la habitual suciedad que padecía y a la que contribuían en buena medida las monjas de San Paio desde las ventanas con todo género de inmundicias, aunque luego fuesen las primeras en quejarse de la situación. En funcionamiento hasta 1833, este espacio irregular y de tierra -con intentos de mejora, al menos parcial- era, además, un lugar bullicioso, muy transitado, escenario de apertura y cierre de la Puerta Santa, de los multitudinarios autos de fe, recorrido habitual para acceder a la Catedral, etc. En resumen, nuestro concepto actual de cementerio poco tiene que ver con el que rigió en nuestras ciudades durante siglos.